Kike tiene el aspecto de un oficinista desprolijo: pantalón de vestir marrón, barba de varios días, camisa blanco sucio, abundante pelo canoso corto y desordenado. Lo que lo distingue de un tipo corriente es la mirada pícara y la sonrisa.
Kike tiene ojos de niño y habla hasta por los codos.
Nos fue a buscar a lo de mi cuñado una tarde tres días después de aterrizar en Barcelona.
Mientras nos ayuda a subir a su coche nuestras pertenencias (una maleta cada uno y una caja), nos cuenta sobre la casa en la que nos va a instalar.
Está en una urbanización para ricos (muy pija, dice él)
Ahí no llega el transporte público pero él nos hará de chófer para lo que precisemos.
Será nuestro vecino.
Es el primer español que conocimos al llegar a España hace cerca de 20 años.
Catalán, de familia de dinero, muy bohemio, le gustaba la buena y la mala vida. Un encanto de persona al que recuerdo con mucho cariño.
Del aterrizaje en mi nueva realidad de inmigrante sin papeles aprendí, gracias a Kike, dos lecciones de vida que me marcaron
Una que aprendí rápido y a las malas.
Otra que estoy aprendiendo recién ahora.
También hay una tercera lección implícita, que si prestas atención la vas a ver clarísima y que no voy a explicar. La tienes que ver tú para que tenga sentido.
Te doy algo de contexto para que se entienda.
En el año 2003 fuimos a España empujados por el desempleo. Decidimos invertir la indemnización del despido en pasajes de avión, antes que gastarla en vivir 6 meses.
Teníamos amigos, entre ellos mi cuñado, que vivían en Barcelona hacia unos años. Habían llegado por la sed de aventuras y no por la crisis como nosotros.
Acá hay trabajo para todo el mundo, decían.
Nos decidimos cuando mi cuñado le consiguió a Pablo un trabajo freelance para maquetar el libro de un Chef.
El trabajo era con Kike.
El chef era importante. Presidente o vicepresidente de la asociación de Chefs catalanes.
A pesar de que conocemos a mi cuñado, que se remonta en sus fantasías de negocios fáciles, y que sabíamos que el curro podía ser una super oportunidad (mi cuñado es un desastre con mucha suerte) o una reverenda cagada, igual fuimos.
La casa en la que Kike nos instala no es una mansión como las que la rodean, pero es espectacular. Las terrazas y las vistas sobre el Mediterráneo son increíbles.
Somos inmigrantes sin papeles pero nos sentimos como millonarios de vacaciones.
Kike nos lleva de compras al supermercado, nos lleva a conocer lugares que frecuenta, nos presenta a su familia y amigos, en fin, nos adopta.
Dice que somos su familia uruguaya.
Tiene el don de agradar y sabe usarlo. Genera una onda expansiva de simpatía instantánea a su alrededor. A medida que vamos conociendo a su gente, también vemos que es buen tipo. Lo adoran.
Cada fin de semana “nuestra” casa se llena de amigos de Kike.
Él y dos colegas comparten el alquiler para tener un sitio en el que hacer fiestas. Nos sumamos con naturalidad a estas bacanales que empiezan los viernes de noche y acaban los lunes, semana tras semana.
Así vivimos.
De lunes a viernes trabajamos en el libro.
El señor Delgado es un chef real, llegó a trabajar en la corte del rey de Marruecos. Tiene una trayectoria impresionante y está retirado de las cocinas, ahora solo enseña. No sé de dónde lo conoce Kike, pero lo convenció de soltar una pasta, después supimos que fueron como 3 o 4 mil euros al principio y bastante más después, para editar “su libro”.
Kike no es editor. No tiene una editorial. No tiene idea cómo ejecutar lo que vendió.
Y ahí es donde entra mi cuñado.
Mi cuñado es medio apañado con programas de diseño, de arte, de páginas web. Desprolijo pero apañado. Compañero de juergas de Kike y en algún que otro negocio que habrán hecho juntos.
Entonces, mi señor cuñado se comprometió con Kike en maquetar el libro del señor Delgado y dejarlo pronto para imprenta. Pero como no sabe (o no quiere) hacerlo, le pasó el trabajo a Pablo mordiendo un bocado de la paga.
Y ahí estamos Pablo y yo.
Instalados en una casa de ensueño, con unas vistas espectaculares, corrigiendo textos con recetas de cocina y maquetando un libro que Kike hizo existir hace meses en la mente del señor Delgado.
Le hizo imaginar como sería tener entre sus manos el libro con todas las recetas que hizo en su vida.
Cómo se sentiría al ver su legado plasmado en un libro tan impresionante.
Le hizo ver que sería un error dejar la cocina sin haber editado un libro para sellar su trayectoria como la eminencia que es en su área. Le ayudó a imaginar cómo sería elogiado (y hasta envidiado) por colegas y discípulos, y que hasta la prensa lo reconocería.
Con la publicación del libro dejaría el ámbito de la cocina por todo lo alto.
Kike supo avivar el deseo de importancia del señor Delgado y le ayudó a imaginar el libro que lo materializaría.
Ahora Pablo tenía que hacer existir ese libro adentro de una computadora. Porque el señor Delgado tenía todas sus recetas escritas a mano.
A mano.
La historia de cómo se maquetó finalmente el libro la dejo para otro momento porque tiene mucha risa pero es largo de contar. Ahora solo voy a cerrar esta historia con las dos lecciones que dije al principio.
Primero la que estoy aprendiendo ahora.
Para vender algo hay que hacer que exista en la mente del cliente. Kike era un maestro en este arte de crear visiones y lograr que la gente le soltara el dinero ahí mismo. Tengo anécdotas muy locas de cosas que hicimos para ayudarlo a estar a la altura de sus compromisos.
Después, la lección que aprendí rápido.
Para tener negocios de larga andadura, hay que cumplir y dar la cara siempre.
Los negocios de Kike eran cortitos. Siempre tenía que estar inventando algo nuevo. Y se aprovechaba de su familia de uruguayos para sacarle las castañas del fuego, no sé si me entiendes la expresión.
Te explico.
Kike primero te hacía soñar, te convencía de que él lo podía hacer por equis dinero y después buscaba cómo cumplir.
A veces tenía suerte, como con Pablo y con Pedro, otro uruguayo que lo ayudó en varias locuras de estas.
Otras veces no tenía suerte.
Perdía el dinero con otros mentirosos encantadores como él que prometían lo que no podían cumplir.
Por el camino iba quedando su mala fama y cada vez le resultaba más difícil encontrar gente a la que involucrar en sus delirios.
Mi conclusión: aprender a crear visiones en la mente de los demás funciona para vender, en cualquiera de los dos casos. Pero solo los que cumplen pueden aprovecharlo para crecer.
No estoy hablando de ética. Hablo de resultados.
Kike era adorable y realmente creía que podía cumplir. Capaz por eso era tan convincente. Él no tenía la intención de engañar, solo que a veces se le iba la olla con lo que soñaba que podía lograr. Y otras veces, daba con parásitos que se aprovechaban de su ingenuidad.
Y en definitiva, mucha de la gente que financiaba sus locuras y perdía, no volvía a trabajar con Kike, aunque siguiera saliendo con él de copas, porque era mentiroso pero encantador y divertido.
Nosotros también aprendimos a no trabajar con tipos como Kike. El nivel de estrés es demasiado.
Para salir de copas, genial un tiempo, luego ya ni eso.
Pero para trabajar prefiero personas que cumplen.
Además porque las personas que cumplen, si se saben vender, crear en la mente de sus clientes una imagen poderosa, van a prosperar seguro.
Y es estimulante trabajar con gente que prospera.